jueves, 10 de marzo de 2011

RAZONES


Narrado por Adrien


—Creo que es tu turno—me dijo Nathaniel guiñándome el ojo. Aún tenía a su hijo en sus brazos. Debo admitir que lucía feliz en comparación con su actitud antes de que llegáramos.
—Sí…bueno, mi situación no se parece en nada a la de Nate; porque yo no siempre tuve este color de ojos—
El vampiro que respondía al nombre de Jasper se tensó y se colocó delante de su mujer y la bebé, a quien yo no me atrevía a llamar hija.
—Continúa— me instó Alice.

*Era difícil aceptar que me había convertido en un monstruo. Si bien al principio de mi nueva “vida” no había asesinado a nadie, eso cambió cuando conocí a Aro. Él me convenció de mi supuesto error.

Sólo me alimentaba de jóvenes indefensas, a quienes primero les juraba amor eterno y después dejaba secas como flores marchitas; sin sentir ni un ápice de culpa.
Estuve recorriendo el mundo en busca de la mejor sangre desde que frecuentaba a los Vulturis por el año 1900, 3 décadas después de mi transformación en vampiro.
La verdad, nunca tuve residencia fija y tampoco busqué una pero de todos los continentes, mi favorito era Europa, era…
Con el pasar de las décadas me di cuenta de que no era una necesidad para mí beber sangre, sólo aquella que en verdad era deliciosa.

La monotonía en la que se había convertido mi vida me consumía así que decidí mezclarme con los humanos, vivir como si fuera uno de ellos; por lo que en 1980 me convertí en profesor de historia. Comencé en escuelas, luego en colegios y después en universidades dentro del continente y con constantes mudanzas para evitar que mi falta de envejecimiento se notara.

El que estuviera entre humanos, no significaba que sentía estima por ellos, pero verlos estresados por sus simples problemas era divertido.
A pesar de mis actos (seguía bebiendo sangre humana), nunca nadie sospechó de mi naturaleza; y si eso hubiese llegado a suceder, yo no hubiera dudado en eliminar “testigos”. Así pensaba hasta que la conocí.

Llevaba 3 años trabajando de profesor en una universidad local de París. Como siempre llegué 15 minutos antes de que empezara la clase, por lo que fingía leer el periódico en el interior de mi auto cuando la escuché…Bajé de mi auto, un Peugeot plateado y me dirigí hacia donde escuché el lamento de una mujer. Me congelé cuando la vi. Estaba sentada en el asiento trasero de un lujoso Mercedes Benz de último modelo color vino tinto, cubría su rostro con ambas manos y su cabellera negra caía como cascada sobre sus hombros y su espalda. Desconocía porque no podía apartar la mirada de ella hasta observé con detalle el crucifijo de plata que se perdía en su escote.
Me concentré tanto en ella que me asusté cuando sonó mi celular. Eso me sirvió para percatarme de la extraña situación en la me encontraba, por lo que le di la espalda y contesté:

—Buenos días Profesor Dubois— me saludó una joven.
—Buenos días— contesté con voz seca.
—Soy Marilyn Cotillard, la presidenta del curso 2-1. Tenemos clase con usted ahora y nos preguntábamos si usted viene o no—dijo con voz interesada. Se escuchaban murmullos de los otros chicos del salón.
—Sí, si voy—le contesté—estaré allí en 5 minutos—y tengan el deber listo en sus pupitres— agregué.
—Sí, entiendo—asintió con voz desanimada—aquí lo esperamos—se escucharon grititos de horror y bufidos de decepción. Colgué cuando la presidenta trataba de callarlos.
Miré mi reloj sorprendiéndome al instante en que noté que ya llevaba 10 minutos de retraso, todo por ella.

Me apresuré a entrar al edificio y subí las escaleras que me llevarían al salón 9. Desde afuera escuchaba los gritos de los alumnos que desparecieron cuando la puerta empezó a abrirse. Las siguientes horas fueron demasiado aburridas para mi gusto, solo quería salir y…aunque me negaba, lo que más quería era salir y saber si ella aún estaba llorando. Sin embargo me controlé y esperé hasta que las clases de la mañana terminaron.

El cielo estaba totalmente nublado a pesar de que eran las 1 de tarde. Sin pensarlo, mis ojos buscaron el Mercedes Benz vino tinto que vi en la mañana. Me acerqué a mi auto y desde allí traté de ver…escuchar. Nada…ella ya no estaba allí. Me dirigí a aquel lujoso auto. Las interrogantes en mi cabeza sobre porque lo hacía fueron acalladas por su voz.

—¿Te gusta? — me preguntó ella. No me había percatado que estaba parada a mi lado…muy cerca.
No le contesté, me limité a observarla. Su hermosa cabellera negra, enmarcaba un delicado rostro rosáceo y con unos ojos color jade. Deslumbrante…¿qué rayos me pasaba? ¿Desde cuando yo pensaba así?

—¡Holaaaa!— me habló de nuevo sacudiendo su mano frente a mi cara.
En un acto de inconciencia tomé su mano y la detuve frente a mi rostro. Su tacto era cálido, me electrificó la piel; y su aroma a rosas me distrajo como nunca en mi vida, pero reaccioné después de uno segundos soltando su mano y retrocediendo.
Sus ojos se encontraron con los míos, y aquello fue suficiente para cuestionarme sobre todo lo que he hecho como vampiro…me sentí como basura. Ella desvió su mirada hacia su auto y volvió a preguntar: ¿te gusta? Me lo compró mi papá.

—No soy fanático de los carros— contesté secamente.
—Lo dice el dueño del lujoso Peugeot de allá—me contradijo.
—Es una necesidad más que un lujo—musité retrocediendo aún más.
—Ah…ya veo—notó el cambio en mi voz—disculpa mi atrevimiento, mi nombre es Amelie Roosevelt y ¿tú eres?—

No iba a contestarle, pero su amabilidad, su calidez y educación derrumbaron mi barrera de indiferencia.

—Soy Adrien Dubois—traté de sonar desinteresado pero desconozco si lo logré.

Perdimos el tiempo hablando de cosas sin importancia sobre la universidad. Me contó que era la hija mayor del director, acababa de cumplir 20 años de edad y enseñaba inglés avanzado en los cursos superiores. Me relató su vida sin importarle que fuese un extraño que ocultaba sus ojos bajo unos lentes oscuros.

Nos encontrábamos recostados sobre su auto, cuando recibió una llamada de una mujer, pude escuchar que le reclamaba por su retraso a una cita. Ella colgó y me dijo que tenía que irse porque quedo en verse con una amiga. Cuando me quedé solo, una parte de mi se cuestionaba sobre mi comportamiento, decidí no escuchar nada, solo dejarme llevar, mi vida era monótona hasta hoy, yo merecía un cambio, ¿no?

En mi casa, no podía contar las horas para que amaneciera y volver a la universidad a trabajar, en realidad para volver a verla; cosa muy extraña en mí ya que no soy nada sociable. Además de que me estaba costando bastante no alimentarme como usualmente lo hacía.
Intenté alimentarme de comida humana pero mi estómago la rechazó enseguida, por lo que fui al bosque más cercano y, con los ojos cerrados, fui mordiendo todo animal que se pasara por delante mientras mi mente trataba de engañar a mi cuerpo con los recuerdos de la deliciosa, tibia y dulce sangre humana que tanto anhelaba.

Los días pasaban y los utilizaba para “conversar” con ella, yo en realidad no hablaba mucho sólo respondía las preguntas que me hacía de las manera más breve posible. El último día de clases, me ofrecí a llevarla hasta su casa, ya que Amelie había mandado su coche a reparar.

El camino fue silencioso y por supuesto no fui yo quien lo rompió.

—Deberías dialogar más a menudo— me criticó.
—Dame una razón válida—le respondí.
—Porque…me gusta tu voz— susurró apenada mientras sus mejillas enrojecían.
¡Rayos! Debía ir a cazar pronto o podría cometer un accidente que me dejaría muy dolido.

No dije nada. A ella le gustaba mi voz, ¿y qué? Ya lo había escuchado antes de los labios de mis antiguas presas. Pero la diferencia es que ella no es una presa…yo jamás intenté seducirla.

—Te digo mi mayor secreto, si tú me dices el tuyo— contraatacó de nuevo. ¿Qué le pasa a esta mujer? ¿No se puede que dar callada?
—No me interesa— dije secamente. Y ni siquiera sé por qué la trataba tan fríamente…tal vez quería alejarla antes de que desertara de mi nueva dieta.
—¿Estás seguro de que no tienes dudas con respecto a mí?—insistió.

Detuve el carro frente a una heladería.

—¿Me vas a invitar un helado?-preguntó con un tono inocente.
—No. Me vas a decir por qué me tienes dando vueltas por la ciudad como estúpido- musité sombríamente—¿Crees que no tengo sentido de la orientación?—
Ella agachó la cabeza y ésta vez era yo quien atacaba —Dime que quieres. Parece que no deseas regresar a tu casa, que tratas de confesarme algo o que tienes mucha curiosidad sobre mí. ¿Qué es lo quieres?— pregunté algo enojado.

—Confesarme— murmuró bajo, pero sí la escuché— Yo…estoy…algo enamorada de ti y tengo miedo porque tú no eres normal y yo tampoco—

Eso sí me sorprendió. Nunca esperé que me diría algo como eso, no…lo peor es que yo no sabía que contestar. Puse de nuevo el auto en marcha pero no la miré a ella para nada. ¿Enamorada? ¿Por qué? Se supone que yo debí haberla galanteado de alguna manera antes de que ello sucediera pero…no hice nada de eso, ¿o si? Jamás me sentí tan confundido. Lo peor era que ni me importaba que ella sospechara de mi extraña naturaleza. ¿Qué me había pasado?

—¿Y te consideras anormal porque…?—esta vez fui yo quien rompió el hielo.
—Sufro de bipolaridad— escuché como su corazón latía con fuerza —Si no tomo mis medicinas me torno maniaco-depresiva—hizo una pausa—mi psiquiatra se enoja cada vez que falto a una consulta y mi padre piensa que soy una muñeca de porcelana y siempre me sobreprotegió, así cada vez que estoy fuera de casa lo aprovecho al máximo— explicó aún con la mirada gacha.
—Esto explica muchas cosas— dije mientras aparcaba en frente a mi casa, la cual estaba a las afueras de la ciudad.
Ella levantó su rostro al no reconocer donde estaba y se bajo del carro enseguida.
—Tu casa—dijo afirmando.
—Sí—contesté en su oído. Ella se estremeció por mi cercanía. Debía recordar la próxima vez ser menos sigiloso.

Ella caminó hacia el porche y podía leer la admiración en sus ojos, ya que mi casa era enorme, es decir, un desperdicio porque sólo yo habitaba allí.
Le mostré la casa y luego le serví vino. Nos mirábamos el uno al otro en silencio, sentados en el sofá. Ella cortó la distancia entre nosotros y dirigió su mano a mi cara, retiró mis gafas lentamente y dijo: — ¿qué tantas cosas aclaraste con mi explicación? —

—3 cosas: el porque llorabas en tu coche aquella vez que nos conocimos, tu reacción ante la llamada de tu “amiga” y…porque eres tan hermosa como una muñeca de porcelana—Mi mano, sin permiso se extendió hacia ella para acariciar su rostro. Creí que le daría un infarto, su corazón latía como si no hubiese más tiempo para ello, tal vez por la oscuridad de mis ojos o por la intensidad de mis palabras.
Me hizo una pregunta, que no escuché por que sus mejillas sonrojadas me distraían…mucho.

—Disculpa, ¿dijiste algo? — mis dedos jugueteaban con su largo cabello oscuro.
Ella se retiró bruscamente de mi lado e inmediatamente me sentí vacío.
— ¿Tú…por qué eres anormal? —preguntó con el ceño fruncido.
—Ahhh, es eso—claro ahora yo debía decir lago importante sobre mí. Decidí arriesgarme a que los Vulturis me castiguen un rato por reverla nuestra existencia. Amelie lo valía todo.
—Una vez que lo diga, no podrás salir de esta casa— ella tragó saliva ruidosamente. Iba a decirme algo pero yo continué—porque yo soy —hice una pausa—un asesino…un vampiro— Ella se paralizó y dejo de respirar momentáneamente.

Debo de haber actuado como un verdadero fenómeno, si se lo creyó tan rápido.
—No voy a morderte—ronronee seductoramente—al menos que tenga hambre, claro—sonreí mostrando mis dientes
Eso la hizo reaccionar— ¿ya no voy a poder salir de aquí nunca más? —dijo mientras enfocaba su mirada en mis dientes.
—No—
—Ya veo— y me besó.

No sé si lo nuestro se podría llamar relación, yo prácticamente la había hecho prisionera en mi casa aunque ella aún iba al psiquiatra. Su padre me reconocía como su pareja y sabía que yo era un buen “partido” pero eso no le quitaba lo posesivo. Yo le gané, pues soy más egoísta y me casé con ella para que él no pudiera reclamar nada sobre ella.

La hice mía. Sería mía para siempre.

Nuestro matrimonio se consumió varias veces…y su enfermedad estaba controlada hasta que la embaracé.

La medicación y el embarazo no eran compatibles, así que le suspendí el primero. Estuve a su lado todo el tiempo pero sus cambios de humor siempre me encontraban con la guardia baja.
Me sorprendió el avance de la gestación, nunca había visto un caso así y no podía permitir que nadie la viera en ese estado, así que para el parto yo debía estar preparado. En sus momentos de lucidez, Amelie sólo pensaba en el bebé y yo sólo pensaba en ella. Prometí que las cuidaría a ambas.

Me preparé mucho antes de la cesárea…no podían haber errores…no soportaría perderla. ¿Cómo había terminando amando tanto a alguien?

Ella no quería la cirugía, pero en este caso era necesaria y empezamos a discutir. Me enojé mucho, ¿por qué ella no podía ver que yo quería viva a ambas? Como ella no estaba en sus cinco sentidos le practiqué una cesárea sin su consentimiento.
Aunque estaba nervioso por todo (en especial por la sangre y por el hecho de que no soy doctor) todo salió bien.

Cuando la bebé nació me quedé anonadado. Jamás había visto a alguien tan perfecto y hermoso…encantador y único…parecido a ella. Lucía tan despierta…¿se supone que debe ser así? Ahora tenía que ponerla a salvo, la alejé de Amelie y la puse en otra habitación

Todo iba genial, las dos estaban bien y compartí mi tiempo para ambas. Con respecto a Amelie, no quería transformarla ahora…la cesárea era ya de por si dolorosa, la ponzoña lo haría empeorar. Decidí esperar.
Cuando ingresé a la habitación de mi esposa, ella estaba llorando, de repente sus ojos hicieron contacto con los míos y empezó a gritarme: — ¡¿Qué me has hecho? ¿Por qué…por qué lo hiciste?! — no dejaba de gritar y trataba de liberarse de las vías del suero.

Su medicamento—pensé—lo había olvidado. Intenté calmarla pero no me escuchaba Y la niña…empezó a llorar, la oía desde la otra habitación.

Tuve que ir en busca del medicamento a una farmacia en la ciudad pero al regresar sólo escuché 1 latido…como el repiqueteo de un colibrí. Nada más. Entré en pánico. Fui a la habitación de Amelie y no estaba allí por lo que me dirigí al cuarto de nuestra hija y sentí que el tiempo se detuvo.

La imagen que vi, trataba de no ser registrada en mi cerebro pero ya era tarde. En el suelo de aquella habitación...yacía tendido el cuerpo sin vida de la única mujer que he amado. Me acerqué para comprobar, lo que con la vista era evidente, ella no respiraba…su corazón no latía. Mi pecho se oprimió tanto que me sentí morir en todo el sentido de la palabra.
Fue horrible, era un dolor sin descripción.

Culpable. Debía haber un culpable, ¿no? Existía un ruido en la habitación aparte del latido cardíaco de mi hija. Me acerqué a su cuna. El ruido era su llanto. ¡Ese llanto me hacía sentir peor! No se como en ese estado de shock noté un arma en la cuna. Un arma…una pelea… ¿y si la niña no era indefensa? Después de todo nunca conocí a un hibrido como ella.

—Fue en defensa propia—Pero no tenía que haberla matado—Era la una o la otra—Ella no sabía lo que hacía—El esposo y el padre dentro de mí batallaban con todos argumentos posibles, el esposo ganó sin embargo no tuve el valor de vengarla porque era a mi hija, su hija. Verla era más que doloroso, siempre recordaría el motivo por el cual estaba ella aquí y no Amelie.

El padre dentro de mí lloraba cuando la abandoné. Un ser como ella no podría vivir en este mundo, porque un vampiro y un humano nunca deberían de relacionarse de esa forma.

Alguien o algo arreglaría lo que yo no pude. ¡Rayos! Su llanto iba incrementando más mi dolor. ¿Cuánto pasaría antes de que yo mismo muera por tanto dolor?

Cremé a mi querida Amelie y cargo conmigo sus cenizas. Sería mentir decir que no me arrepiento por la manera como la abandoné, nunca me lo perdoné. Pero fue lo mejor. Sé que jamás hubiese sido un buen padre…jamás lo sería.

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